Hoy el autobus iba lleno;
no cabía nadie más. A penas podía moverme y tuve que poner la
mochila a mis pies para no agobiarme tanto. La música en mis
auriculares estaba lo más alta posible y no escuchaba nada más allá
de las notas musicales que se colaban por mis orejas. Estaba
completamente aislada del mundo; encerrada y callada. En el trayecto
solamente he levantado una vez la vista, y creo que ha sido lo mejor
que he hecho en mucho tiempo. Ha sido lo mejor porque he podido ver
cómo era. Lo primero en lo que me he fijado ha sido su blanca,
blanca piel en contraste con el corto pelo negro que tapaba sus
orejas. Sus ojos de rasgos asiáticos combinaban con su pequeña y
chata nariz. Debía tener unos diecinueve años, pero aún había
marcas de acné adolescente en su rostro. Ni sonreía ni adoptaba una
actitud seria, pero algo en su forma de estar me daba a entender que
estaba alegre.
Todo esto en nada más
que un par de segundos. He observado cómo era hasta que he visto de
reojo que se giraba para mirar en mi dirección. Ha sido entonces
cuando he bajado la mirada y cuando me he fijado en su sudadera negra
y en sus anchos pantalones vaqueros. Jugaba con su teléfono dentro
del bolsillo de su chaqueta y con la mano que le quedaba libre se
recolocaba una y otra vez los auriculares.
Sin embargo nada de esto
ha sido lo que más me llamaba la atención sobre su persona; no era
su blanca piel, ni su oscuro pelo. Tampoco lo eran sus granos o sus
ojos rasgados, ni mucho menos el estilo perfecto con el que portaba
la ropa. Lo que me ha enamorado a primera vista ha sido lo que he
visto al bajar del todo la mirada otra vez. Lo que de verdad ha hecho
que me enamorara ha sido una enorme rozadura que tenía en la zona del
tobillo derecho. No he podido parar de mirarla hasta que se ha bajado
del bus. No podía parar de pensar en cómo se había hecho la roja
herida. No podía para de pensar en las miles de historias que
justificarían su cojera al bajar del autobús. No paraba de imaginar
situaciones en las que se hacía daño.
Era su rozadura roja y
casi sangrante en su tobillo derecho lo que me ha enamorado. Y todo
lo demás me era irrelevante.