martes, 10 de mayo de 2016

Keith

La muerte de Keith Moon, persona con la que ni siquiera coincidí en el tiempo ya que murió como 20 años antes de que yo naciera, ha estado muy presente en mi vida desde que empecé a escuchar a The Who. Pero para hablar de su muerte y de cómo me afectó cuando supe que jamás le conocería, primero tengo que hablar de por qué esta persona tan lejana en todos los sentidos para mí me afecta tanto. Esto es para ti, Keith. Esto para ti y para mí. Es para ti porque jamás podré agradecerte lo suficiente tu música. Y es para mí porque sé que jamás superaré tu muerte, y esta es mi manera de recordarme lo importante que eres para mí.

En primer lugar, creo que fuiste la primera persona con la que sentí una conexión diferente. Y con diferente me refiero que fue una conexión en la que no fue necesario el conocerse, el verse, el tocarse, el mirarse a los ojos, ni siquiera el leer tu biografía o mirar una foto tuya. Simplemente necesité una canción en la que el sonido de tu batería retumbara por toda mi cabeza durante tiempo después de que la canción hubiera terminado.

Tu batería me hacía sentir. Punto. Y eso es algo muy importante para mí porque desde pequeña no sentía demasiado, ocultaba lo poco que sentía hasta que un día, simplemente, dejé de sentir. Pero eso es otro tema. No recuerdo la primera vez, sin embargo, que escuché una canción de The Who, ya que debía tener unos tres años. Sin embargo, sí que recuerdo la primera vez que vi CSI y que sonó Who Are You. Me tocó el alma (aún sin saber qué decía la canción), me acariciaron las notas y quise bailar. Me sonaba familiar, pero nunca pensé en ello demasiado. Esa vez fue la primera vez que sentí una conexión con algo tan intangible como el ritmo de una batería. Tu batería.

Cuando volví a escuchar rock, con unos 15 años, The Who fue de lo primero que escuché. La música volvía a sonarme familiar, y tu betería volvía a hacerme sentir. Pasó poco tiempo hasta que decidí buscar quienes eran aquellos muchachos que me hacían sentir tanto. En primer lugar, como no, estaba Pete, y fue el primero sobre quién leí; aquel narigudo de ojos azules que lo hacía todo en el grupo. Después busqué información sobre Roger, el mod de pelo rizado y voz potente que en cada concierto hacía girar el micrófono como si fuera un molino. En tercer lugar leí sobre John, aquel bajista de dedos divinos que conseguía que el bajo adquiriera un nuevo significado. Y por último leí sobre ti, Keith. Si te preguntas por qué fuiste el último la respuesta es fácil: la batería es el instrumento que más me hace sentir, así que quería terminar el banquete de información con buen sabor de boca.

Leí todas las páginas habidas y por haber sobre ti. Consumía información sobre tu vida como si no hubiera un mañana. Y todas las páginas coincidían: eras Moon the Loon, Moon el lunático. Moon el alocado. Moon el extravagante. Moon el siempre joven. Moon el explosivo. Moon el cariñoso. Eras, simplemente, tú. Todas las páginas señalaban tu manera inquieta de tocar; todas remarcaban tus ganas de romper y hacer explotar cosas; todas resaltaban tu lado bromista y, a la vez, cariñoso. Muchas de ellas te ensalzaban como “el alma del rock”. Y puede que así fuera... Bueno, rectifico: y así ES. Eres el tópico del rockero que desfasa porque fuiste el pionero en eso: el rock salvaje, el destrozar los instrumentos, el siempre joven… Y, por desgracia, también cumplías con el tópico de los excesos.

Tu relación con el alcohol y las drogas jamás fueron un secreto. No le echaré la culpa de tu muerte al alcohol y a las drogas, pero tampoco a ti. Porque sé, al igual que lo sabe mucha gente, que estabas enfermo. Los que te conocían dijeron que tenías un trastorno límite de la personalidad, pero no bucearon más en el asunto. También decían que tenías constantes pesadillas, y que no creías que debieras estar vivo. Esto mezclado con el alcohol era algo fatal; cuestión de tiempo.

Tampoco te voy a defender como persona. Eras animado, alegre y cariñoso cuando estabas bien. Cuando no, insultabas, pegabas y te ponías hecho una fiera con todo el mundo. O eso dicen. Jamás sabré si esto era causa de tu enfermedad o simplemente eras un capullo integral.

Cuando miro fotografías tuyas a lo largo de los años, siempre pienso que, si no hubieras muerto el día que lo hiciste, tampoco habrías tardado demasiado. Se te veía desmejorado e incluso algo decaído (lo cual era inusual en ti). Moriste de sobredosis por unos tranquilizantes. Seis te mataron, y otros veinte se quedaron sin disolver en tu estómago. Créeme cuando digo que siempre he pensado que tú sabías que más de cinco pastillas eran suficientes para morir. Créeme cuando te digo que pienso que te suicidaste. Créeme cuanto te digo que cada día quiero pensar que no lo hiciste, pero me resulta imposible. Créeme cuando digo que ojalá me equivoque. Pero créeme también cuando pienso que lo hiciste porque ya no podías más.

El “Not to be taken away” siempre me estremece. Siempre me hace preguntarme si lo sabías. Siempre me hace pensar si sólo tú te dabas cuenta de que la chispa estaba cerca de consumirse y hacer explotar la dinamita. Siempre me preguntaré por qué tan serio en esa portada cuando tu no eras así (al menos frente al resto de seres humanos, y menos delante de una cámara). Siempre me preguntaré si lo sabías.

Esta era una de tus facetas. La otra era la del rockero más salvaje del momento que reventaba retretes en los hoteles en los que dormía. La otra cara que mostrabas era la del muchacho que se disfrazaba de las cosas más estrafalarias posibles y sacaba de quicio a los presentadores de los programas a los que se te invitaba. Y siempre me preguntaré como puede gustarme tanto una persona que es tan diferente a mí, que se pasaba día y noche de fiesta, que era tan animado, tan cariñoso y alocado. Nunca lo sabré.

A pesar de todo esto, nunca podré dejar de quererte en la manera en que lo hago. Jamás podré dejar de hacerlo porque nadie me ha hecho sentir como tú con tu batería. Quizá es egoísta por mi parte reducirte a un simple batería y olvidarme del resto de ti; quizá sea estúpido hacerlo. Pero es que de verdad que me hiciste y haces sentir cosas indescriptibles.

Sin embargo, por lo que te querré siempre, por lo que siempre me sentiré en deuda contigo es por tu música. Esa música que me hace sentir. Esa música incomparable. Nadie jamás te igualará como músico desde mi punto de vista ya que nadie conseguirá hacerme sentir como tú. Siempre te admiraré por todas y cada una de las notas de tu batería. Siempre estarás presente en mi vida, porque aunque no lo sepas, aunque jamás llegues a saberlo, tu música ha hecho más por mí de lo que ha hecho nadie. Tu música llena de energía me hacía sentir imparable cuando no podía ni moverme de la cama. Tu manera alocada de tocar me hacía sonreír cuando llevaba horas llorando.

Hoy no es tu cumpleaños, ni tampoco la fecha de tu muerte. Hoy no se conmemora ningún lanzamiento de ningún disco. Tampoco es el día en el que dejaste el colegio, ni el que te compraste tu primera batería. No es el día que nació tu hija, ni es el día del último concierto que diste. Debería ser, por tanto, un día más. Pero para mí es un día más que no estás, lo que me recuerda que jamás podré agradecerte todo lo que has hecho por mí. Debería ser un día más, pero no lo es. Hoy es el día que tu muerte me ha golpeado más fuerte que nunca. Hoy es el día que tu muerte me ha explotado más fuerte en la cara que nunca.


Esto es para ti, Keith.
Esto es para ti y para mí.
Para recordarte a ti, y para recordarme que siempre estarás presente.
Esto es para ti, Keith.

Esto es para ti porque hoy es el día que más te echo de menos.