Hoy
parecía que alguien había pintado el cielo con pincelada suelta, pero olía a
queroseno.
El
mismo queroseno que alimenta las llamas que quema nuestros sueños.
El
mismo queroseno que alimenta las llamas que quema nuestros cuerpos en una
ciudad sin nombre (pero sí con dueño)
Tengo
las uñas manchadas de sangre y suciedad, y es que no paro de arañar la jaula
que me encierra.
He
llegado a arrancarme las alas porque me daba pena que llevaran tanto tiempo
paradas.
Arranqué
primero las plumas; una a una. Y mis gritos y mi llanto se mezclaban con la
agonía que flotaba en la jaula.
Luego,
cuando ya no quedaban plumas, arranqué el esqueleto. Arañé, tiré, forcejeé. El
dolor y la agonía se mezclaban con el olor a sangre y óxido.
Mi
tamaño se reducía cada vez más mientras la jaula se hacía más grande por
momentos. Al final me quedé temblando en una esquina de la jaula.
Ya no
estaba oscuro; podía ver el cielo.
Hoy
parecía que alguien había pintado el cielo con pincelada suelta, pero olía a
queroseno.
El
mismo queroseno que alimenta las llamas que queman la jaula.
El
mismo queroseno que alimenta las llamas que me queman viva.