martes, 26 de diciembre de 2017

Tinta y sangre

Las manos temblorosas, y cubiertas de tinta y sangre.

La boca seca, y sabe a óxido y a vacío.

Los ojos llenos de tristeza y de gris.

La cabeza dando vueltas y no sabe cuándo parar.

Entonces lo hago. Cierro los ojos e intento respirar. Me acaricio el pelo, toco mis párpados y llego hasta los labios. Sangre por dentro y por fuera. Todo son heridas. No dejo que eso me distraiga y continúo bajando; la barbilla, el cuello y las clavículas; demasiado frágil, demasiado amoratado. No tardo en pasar la mano por el esternón, huyendo de mi propia anatomía. Llego al estómago: está áspero; heridas por dentro y por fuera. Me acaricio en un intento desesperado por encontrarme en un cuerpo que hace tiempo que se convirtió en un laberinto sin salida para mi cabeza perdida. Pequeñas rayas que forman un nombre-o eso quiero creer, pues al final no son más que letras desperdigadas sin ningún sentido; o aún peor, ni siquiera llegan a eso, ahora son sólo odio hecho de tinta y de sangre. Me encuentro. O eso creo. ¿Me encuentro? No. Sólo me veo. Me veo corriendo, huyendo de mí. No puedo alcanzarme, no puedo tocarme, ni siquiera puedo rozarme. Sigo perdida y me dejo caer. Y entonces lo hago. Abro los ojos.

Y sigo perdida.

He llorado sin saberlo, pero los ojos siguen grises.

He vuelto a mordisquear el interior de mi boca y ya no siento los labios.


Y las manos, de nuevo, llenas de sangre seca y tinta fresca.