Se
despertó a las tres de la mañana por una horrible pesadilla. En ella corría y
corría de manera desesperada detrás de algo que le era imposible alcanzar. No
recordaba qué era exactamente aquello tras lo que corría, pero podía
imaginarlo. Descorrió las cortinas, abrió la ventana, se puso la manta sobre
los hombros y dejó que el frío viento de noviembre entrara y limpiara la
habitación.
La luna estaba en cuarto creciente y brillaba de manera excepcional. Era una noche clara, contraria al resto de noches de la semana en la cual no había parado de llover. Aquella noche olía a humedad y a otoño. Olía a frío y a echar de menos su presencia. Empezó a hablar a la noche en susurros, y ya nada pudo parar sus sentimientos.
“Eh,
te echo de menos. La cama está bien, puedo dormir sin demasiados problemas,
pero sería genial tenerte aquí de vez en cuando. Lavé las sábanas cientos de
veces, pero tu esencia aún flota en el ambiente. No puedo parar de quererte. Lo
siento. O no. No lo sé. De verdad que no sé qué es lo que hubieras querido
exactamente.
Hoy
limpiando me encontré con tu libro favorito, aquel que dije miles de veces que
leería y nunca lo hice; hoy lo he empezado. Al abrirlo ha caído al suelo una
pequeña postal que tenía como foto una estampa de Irlanda. Así que resulta que
eras una de esas personas que guardaban recuerdos en libros… Nunca llegué a
conocerte del todo, y está claro que nunca llegaré a hacerlo. Pero no me importa;
te quiero igual.
Uno
de mis recuerdos favoritos contigo es el dormirme sin querer entre tus brazos.
Tu piel era increíblemente suave, pero tu cuerpo era también muy muy delgado.
Me daba miedo romperte; incluso con una mirada.
La
única vez que te pregunté por qué me querías, fue la vez que me hizo darme
cuenta de que de verdad te quería. Esperaba que respondieras algo típico como
mis gustos, mi forma de ser, mi sonrisa, mis pasiones… Pero tú no eras así; no
eras la típica persona que respondía ese tipo de cosas. Recuerdo que me
apretaste contra tu pecho, me acariciaste el pelo y me dijiste “Siento que
contigo he creado una galaxia. Cientos de miles de soles y estrellas. Los
planetas se esparcen en el espacio que dejamos entre nuestros cuerpos… Y quiero
explorarlos todos”. Me abrazaste más fuerte aún. Yo intenté decir algo, pero no
pude. Aún así, creo que sentiste el calor de mis lágrimas en tu pecho.
Soy
feliz, ¿sabes? Te echo de menos, pero soy feliz. No sé donde estarás, o si
estarás siquiera en algún lugar. Ni siquiera sé si eres ahora mismo. Pero me da igual. Yo te quiero. Y, aunque jamás
llegué a decírtelo, yo también sentía esos planetas. Aún los siento.”