viernes, 17 de junio de 2016

Entre nuestros cuerpos

Se despertó a las tres de la mañana por una horrible pesadilla. En ella corría y corría de manera desesperada detrás de algo que le era imposible alcanzar. No recordaba qué era exactamente aquello tras lo que corría, pero podía imaginarlo. Descorrió las cortinas, abrió la ventana, se puso la manta sobre los hombros y dejó que el frío viento de noviembre entrara y limpiara la habitación.

La luna estaba en cuarto creciente y brillaba de manera excepcional. Era una noche clara, contraria al resto de noches de la semana en la cual no había parado de llover. Aquella noche olía a humedad y a otoño. Olía a frío y a echar de menos su presencia. Empezó a hablar a la noche en susurros, y ya nada pudo parar sus sentimientos.

“Eh, te echo de menos. La cama está bien, puedo dormir sin demasiados problemas, pero sería genial tenerte aquí de vez en cuando. Lavé las sábanas cientos de veces, pero tu esencia aún flota en el ambiente. No puedo parar de quererte. Lo siento. O no. No lo sé. De verdad que no sé qué es lo que hubieras querido exactamente.

Hoy limpiando me encontré con tu libro favorito, aquel que dije miles de veces que leería y nunca lo hice; hoy lo he empezado. Al abrirlo ha caído al suelo una pequeña postal que tenía como foto una estampa de Irlanda. Así que resulta que eras una de esas personas que guardaban recuerdos en libros… Nunca llegué a conocerte del todo, y está claro que nunca llegaré a hacerlo. Pero no me importa; te quiero igual.

Uno de mis recuerdos favoritos contigo es el dormirme sin querer entre tus brazos. Tu piel era increíblemente suave, pero tu cuerpo era también muy muy delgado. Me daba miedo romperte; incluso con una mirada.

La única vez que te pregunté por qué me querías, fue la vez que me hizo darme cuenta de que de verdad te quería. Esperaba que respondieras algo típico como mis gustos, mi forma de ser, mi sonrisa, mis pasiones… Pero tú no eras así; no eras la típica persona que respondía ese tipo de cosas. Recuerdo que me apretaste contra tu pecho, me acariciaste el pelo y me dijiste “Siento que contigo he creado una galaxia. Cientos de miles de soles y estrellas. Los planetas se esparcen en el espacio que dejamos entre nuestros cuerpos… Y quiero explorarlos todos”. Me abrazaste más fuerte aún. Yo intenté decir algo, pero no pude. Aún así, creo que sentiste el calor de mis lágrimas en tu pecho.


Soy feliz, ¿sabes? Te echo de menos, pero soy feliz. No sé donde estarás, o si estarás siquiera en algún lugar. Ni siquiera sé si eres ahora mismo. Pero me da igual. Yo te quiero. Y, aunque jamás llegué a decírtelo, yo también sentía esos planetas. Aún los siento.”