Me
he acostumbrado a ser gilipollas. Me explico. Desde hace unos meses me he dado
cuenta de que me gusta (y mucho) reírme de manera sincera, intentar ocultar el
vacío en el estómago que me asalta cada noche porque es más fácil que
expulsarlo hacia los demás. El hecho de no hablar porque el nudo de la garganta
no se deshace ha pasado a ser placentero porque así el resto puede hablar, yo
no interrumpo con mis gilipolleces y, de esta manera, puedo reírme con su
ingenio.
Desde
hace tiempo quiero pensar que puedo resolver las cosas y los problemas hablando
o ignorándolos, y no con actos. Y esto es porque huyo del conflicto; porque soy
hija de la cobardía; porque me criaron con miedo y entre algodones; porque, en
soledad, me creé mi burbuja y la decoré al gusto con sangre propia y pavor, con
música que me rasgaba la mente y palabras que destrozaron mi corazón. En esa
burbuja perdí mi empatía, perdí el amor por el resto del mundo, perdí la
esperanza, perdí el odio por lo injusto, perdí mi humanidad. En esa burbuja
perdí todo. -¿Todo?- Todo menos el
miedo. El miedo a querer empezó a ocupar el lugar que había dejado las ganas de
amar. El miedo a saber demasiado y el miedo a no saber suficiente se
entremezclaron en mis entrañas vacías de esperanza. El miedo a que alguien me
dañara ocupó el hogar en el que supuestamente debía habitar la empatía. El
miedo a luchar arrancó al odio por las injusticias de su lugar de origen. Y el miedo
a que todo acabara asesinó a sangre fría a mi humanidad.
No
me enorgullezco de nada de esto, pero he aprendido que detestarme y
martirizarme por ello no soluciona nada tampoco. Soy cobarde, soy miedo, soy
temor, soy llanto y soy dolor. Crecí con miedo, y eso es lo que soy ahora; en
eso me he convertido. No conozco nada más allá del miedo constante y -oh,
sorpresa- me da miedo alejarme de esto por si dejo de ser yo.
Cobardía,
pese a lo que todo el mundo piensa, no es precisamente pequeña, ni tímida. Cobardía
no es poca cosa. Cobardía es grande, con sus brazos alcanza cualquier lugar.
Cobardía tiene hambre, te engulle, te atrapa y te deshace. Cobardía y Miedo son
hermanos, pero no es necesario que describa a miedo (todo el mundo lo ha visto
alguna vez; todo el mundo conoce a miedo). Cobardía sola causa estragos, y
Miedo por su lado es capaz de destrozarlo todo. Y yo soy hija del incesto más
horrible de todos.
Puedes
huir de Cobardía (es grande, pero no demasiado fuerte). Puedes huir de Miedo.
Bueno, más bien puedes intentarlo. Pero más vale que te prepares para la
carrera de fondo más larga de tu vida. Vas a caerte. Te cogerán una y mil
veces. Se quedarán a tu lado. Te levantarás y huirás. Y caerás. Y así seguirás,
huyendo, hasta que caigas al suelo víctima del cansancio vital. Pero bueno, he
aquí mi consejo: empieza a correr. Huye. No mires atrás. Cae. Levántate. Llora.
Recupera el aliento.
Y yo, gilipollas, observaré en la esquina silenciosa de mi burbuja. Y yo, gilipollas, ya no quiero huir más.