sábado, 15 de julio de 2017

La pirámide

Había una pirámide en un lado de mi habitación. Era una pirámide pequeña, de madera, con distintos tonos marrones. Se deshacía y había que montarla. Tardé horas y horas en montarla bien. Era bonita. Me gustaba. Se notaban perfectamente los lugares donde encajaban las piezas. Me gustaba. Y creo que me gustaba porque la había montado yo; durante varias horas fuimos sólo yo y la pirámide. Y me gustaba. Y nunca más la deshice ni la volví a montar.

Un día abrí la ventana de mi habitación. Hacía viento, y yo tenía calor, así que abrí la ventana. Cra-cra sonaba en mi cabeza. Cra-cra No lo hagas, decía algo dentro de mí. Pero tengo calor. Lo quiero, respondí inmediatamente. Cra-cra No. Mejor quítate la camiseta, y deja la ventana cerrada, respondía la voz de mi cabeza. Quiero aire, respondí de forma tajante. Cra-cra Recuerda la última vez. Con la voz temblorosa respondí Me da igual. Lo quiero. Lo necesito. Hubo silencio mientras abría la ventana. Adelante pues. Cra-cra. Y no volvió a sonar nada más.

El viento entró e inundó la habitación. Era un viento fuerte, pero no huracanado. Era un viento fresco que inundaba mis pulmones y me hacía sentir como nueva, me llenaba de una fuerza que pensaba que no tenía. El viento descolocó mi pirámide. No hubo cra-cra, pues instantáneamente el viento volvió a soplar y colocó de nuevo las piezas para formar la pirámide. Una y otra vez entraba el viento en la habitación, deshaciendo y rehaciendo la pirámide a su antojo, al mismo tiempo que, poco a poco, iba desplazándola hacia el centro de la habitación.

Me gustaba el viento. Me gustaba la pirámide. Me gustaba todo.

Sof-sof. Hacía días que no soplaba ni una brizna de aire. Sof-sof. Me sofocaba. Me tumbé en la cama, a esperar. Sof-sof. Ahora hasta me costaba respirar. Miré por la ventana. Sof-sof. Notaba el verano acercándose cada vez más. Sof-Sof.     Ven, por favor, gemía una y otra vez con dificultad.
Y volvió. Y deshizo la pirámide. Y no la hizo de nuevo. Y luego volvió a irse.

Cra-cra Te lo dije. Miraba en silencio por la ventana, esperando la más mínima corriente de aire, aunque sabía que, a esas alturas, ya nunca más llegaría. Cra-cra Cierra la ventana. La pirámide yacía deshecha, destrozada, con todas las piezas descolocadas por el centro de la habitación. Sof-sof. Con dificultad me incorporé y miré por la ventana. Cra-cra Sof-sof Cra-cra Sof-sof


En silencio cerré la ventana (aunque no del todo, no me atreví), miré las piezas de la pirámide con tristeza, Nadie la hará, nadie la tocará, nadie sabrá que existe. Nunca más. Entonces me quité la camiseta, me tumbé en la cama y esperé a que la pirámide despareciera. 

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